jueves, 19 de noviembre de 2009

La aplicación del ecodiseño a una casa unifamiliar logra reducir su impacto ambiental

Una reducción de emisiones de CO2 en un 12%, la disminución del consumo energético de la vivienda en torno a un 25% y el ahorro del consumo de agua en más de un 50% sobre el gasto previsto, son algunas de las mejoras alcanzadas tras la implantación de la metodología de Ecodiseño en una casa unifamiliar. La experiencia, llevada a cabo por el estudio Roberto Ercilla Arquitectura, forma parte de la publicación 'Casos Prácticos de Excelencia Ambiental en Empresas Vascas', disponible en formato electrónico en la web de Ihobe.


La aplicación del ecodiseño en este proyecto, una vivienda unifamiliar en la localidad alavesa de Etura, ha permitido, además, el aprovechamiento de la inercia térmica del terreno disminuyendo el consumo de calefacción en un 20%, así como una mínima intervención en el entorno, al alcanzar una ocupación del 9% sobre el área total de la parcela.
Las medidas empleadas, que inciden en la reducción del impacto visual del edificio, la integración de la cubierta en el entorno mediante una cubierta vegetal y la mejora ambiental del comportamiento del edificio a lo largo de su ciclo de vida, han permitido a la empresa anclar la metodología de ecodiseño dentro de su sistema de gestión, incorporar la sensibilidad con el entorno como un valor añadido a la creatividad y la eficiencia y aumentar la capacidad de innovación a través del ecodiseño.
El proyecto contempla acciones para contribuir a minimizar el impacto ocasionado y disminuir la demanda energética, mediante medidas como el uso de aislamientos, la cubierta ajardinada o las orientaciones, que minimizan las pérdidas de calor y, por lo tanto, reducen los gastos de calefacción. Además, adopta actuaciones para contribuir a la protección de la biodiversidad, ya que el edificio, enterrado parcialmente, mantiene la parcela original sin ninguna alteración en un 83%. La reutilización del agua de lluvia, que permite minimizar los vertidos a la red, o el empleo de aireadores y cisternas con interrupción de descarga se encuentran igualmente entre las mejoras adoptadas.

SABEMOS REALMENTE CUANTO PETROLEO NOS QUEDA?

¿Sabemos realmente cuánto petróleo nos queda?
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) presentó la semana pasada la edición 2009 del World Energy Outlook (WEO), el informe que anualmente repasa el estado de salud del suministro de energía en el mundo y que los gobiernos de muchos países utilizan como referencia para establecer sus políticas energéticas.


Este año, sin embargo, el informe ha llegado rodeado de polémica: según publicó el diario británico The Guardian justo el día antes de la presentación del WEO 2009, parece que los datos sobre las reservas disponibles de petróleo llevan años distorsionadas, y son muy inferiores al que se reconoce oficialmente.Aunque el informe de la AIE no es un monográfico sobre el futuro del petróleo (incluye previsiones de demanda y suministro de todas las fuentes de energía), a nadie escapa la importancia de la información destapada por el rotativo británico, basada en las confesiones de dos trabajadores de la propia agencia. El petróleo es actualmente el combustible que hace mover el mundo, el que hace posible el transporte, y del que depende en un 90% para continuar funcionando.El pico de petróleo, una realidadSegún las fuentes citadas por The Guardian, el mundo está mucho más cerca de quedarse sin petróleo del que se piensa, ya que la AIE ha minimizado deliberadamente las tasas de declive de las actuales explotaciones petrolíferas y exagerado las posibilidades de encontrar nuevos yacimientos. Presiones provenientes de los Estados Unidos parecen estar detrás de esta manipulación, el objetivo sería evitar el pánico en los mercados financieros.En cualquier caso, hace tiempo que los que estudian el pico de petróleo (es decir, el momento a partir del cual la producción no hará más que decrecer) denuncian que la realidad no concuerda con los datos oficiales, y que el mundo puede haber alcanzado ya este momento crítico. La noticia del rotativo británico vendría pues a reforzar esta tesis.

EL CAMBIO CLIMATICO Y LOS BOSQUES

El cambio climático y los bosques: ¿una verdad incómoda?
Los bosques se presentan habitualmente como sumideros naturales de CO2 y, en consecuencia, como mitigadores del efecto invernadero. A las puertas de la cumbre de Copenhague las evidencias científicas aconsejan revisar algunos tópicos.

Los problemas globales requieren enfoques multiescalares (a escala local y global), pero en ningún caso aproximaciones reduccionistas basadas en medias verdades. El pasado 5 de noviembre -la misma semana en que se celebraba en Barcelona el encuentro preparatorio para la Cumbre sobre cambio climático de Copenhague- Carles Gracia, investigador del CREAF y profesor de ecología de la UB, hacía una lúcida conferencia en el marco de unas jornadas sobre el cambio climático y energía que se están celebrando en la Pedrera desde el mes de octubre.De acuerdo con los datos aportados por el profesor Gracia, los balances netos de captación de carbono por parte de los ecosistemas terrestres a escala planetaria son ciertamente escasos (unas tres gigatoneladas anuales), especialmente si se comparan con las 110 gigatoneladas que absorbe la vegetación, en particular los bosques, durante el mismo período. Esta absorción de CO2 por parte de los bosques es lo que ha comportado que hayan sido considerados tradicionalmente sumideros de carbono obviando, sin embargo, los procesos respiratorios inherentes a la propia fisiología de la vegetación y a la descomposición de la materia orgánica del suelo. Asumiendo este ciclo completo, se constatan algunas aparentes paradojas como que los bosques mediterráneos y la selva amazónica tienen unos balances de carbono similares (aunque con intensidades de fijación y respiración mucho más altas en las zonas tropicales, obviamente) y que sólo los bosques boreales, la típica taiga de coníferas, presentan un balance de fijación neta más significativo (las bajas temperaturas reducen la descomposición de materia orgánica).Más aún, en escenarios futuros, a partir del 2050, los bosques pueden convertirse en emisores netos de CO2, dado que el incremento de temperaturas y de períodos vegetativos conllevaría un incremento de la respiración de las plantas y el suelo con lo que los balances netos de carbono con la atmósfera se invertirían.A escala mediterránea (y catalana) las limitaciones hídricas de los ecosistemas terrestres son parámetros clave que añaden complejidad a la ecuación bosques y cambio climático y que no contribuyen, precisamente, a reforzar su rol como captadores netos de carbono. El importante consumo de agua que conlleva la fijación de carbono es un lujo en el mundo mediterráneo (500 gramos de agua por cada gramo de carbono fijado, según los datos del profesor Gracia) si tenemos en cuenta la elevada evapotranspiración de estos ambientes y la previsible reducción de la disponibilidad del recurso, justamente como consecuencia de los efectos del cambio climático. Así pues, si no hay disponibilidad de agua, tampoco habrá fijación de carbono. ¿Debemos suministrar recursos hídricos extras a los ecosistemas para fomentar la fijación de carbono? Evidentemente, no. Analizando en términos de externalidades, y asignando precio a la tonelada de CO2 y el metro cúbico de agua, es evidente que no salen los números de ninguna manera.¿Quiere esto decir que los bosques no juegan ningún papel en relación al cambio climático? En absoluto. La no existencia de los bosques representaría la emisión de un stock almacenado de CO2 muy significativo -550 gigatoneladas a escala planetaria- que agravaría el problema. En definitiva, los bosques no son la solución, pero su pérdida constituye parte del problema. Es en este marco donde se inscriben iniciativas como el REDD+, vinculadas a proyectos de reducción de emisiones de gases efecto invernadero producto de la deforestación y la degradación ambiental.En todo caso, las funciones productivas y socio-ambientales de los bosques trascienden con mucho su contribución a la mitigación del cambio climático. No necesitamos de este argumento para reconocer y valorar su importancia.La era post-Kioto que debe empezar a emerger después de la cumbre de Copenhague -capital, por cierto, de un país sin apenas bosques- haría bien en evitar seguir fomentando la (re)forestación como medida compensatoria de emisiones de GEI y, por el contrario, debería centrarse en evitar la deforestación y, evidentemente, las emisiones.

EL CAMBIO CLIMATICO Y LOS BOSQUES

El cambio climático y los bosques: ¿una verdad incómoda?
Los bosques se presentan habitualmente como sumideros naturales de CO2 y, en consecuencia, como mitigadores del efecto invernadero. A las puertas de la cumbre de Copenhague las evidencias científicas aconsejan revisar algunos tópicos.

Los problemas globales requieren enfoques multiescalares (a escala local y global), pero en ningún caso aproximaciones reduccionistas basadas en medias verdades. El pasado 5 de noviembre -la misma semana en que se celebraba en Barcelona el encuentro preparatorio para la Cumbre sobre cambio climático de Copenhague- Carles Gracia, investigador del CREAF y profesor de ecología de la UB, hacía una lúcida conferencia en el marco de unas jornadas sobre el cambio climático y energía que se están celebrando en la Pedrera desde el mes de octubre.De acuerdo con los datos aportados por el profesor Gracia, los balances netos de captación de carbono por parte de los ecosistemas terrestres a escala planetaria son ciertamente escasos (unas tres gigatoneladas anuales), especialmente si se comparan con las 110 gigatoneladas que absorbe la vegetación, en particular los bosques, durante el mismo período. Esta absorción de CO2 por parte de los bosques es lo que ha comportado que hayan sido considerados tradicionalmente sumideros de carbono obviando, sin embargo, los procesos respiratorios inherentes a la propia fisiología de la vegetación y a la descomposición de la materia orgánica del suelo. Asumiendo este ciclo completo, se constatan algunas aparentes paradojas como que los bosques mediterráneos y la selva amazónica tienen unos balances de carbono similares (aunque con intensidades de fijación y respiración mucho más altas en las zonas tropicales, obviamente) y que sólo los bosques boreales, la típica taiga de coníferas, presentan un balance de fijación neta más significativo (las bajas temperaturas reducen la descomposición de materia orgánica).Más aún, en escenarios futuros, a partir del 2050, los bosques pueden convertirse en emisores netos de CO2, dado que el incremento de temperaturas y de períodos vegetativos conllevaría un incremento de la respiración de las plantas y el suelo con lo que los balances netos de carbono con la atmósfera se invertirían.A escala mediterránea (y catalana) las limitaciones hídricas de los ecosistemas terrestres son parámetros clave que añaden complejidad a la ecuación bosques y cambio climático y que no contribuyen, precisamente, a reforzar su rol como captadores netos de carbono. El importante consumo de agua que conlleva la fijación de carbono es un lujo en el mundo mediterráneo (500 gramos de agua por cada gramo de carbono fijado, según los datos del profesor Gracia) si tenemos en cuenta la elevada evapotranspiración de estos ambientes y la previsible reducción de la disponibilidad del recurso, justamente como consecuencia de los efectos del cambio climático. Así pues, si no hay disponibilidad de agua, tampoco habrá fijación de carbono. ¿Debemos suministrar recursos hídricos extras a los ecosistemas para fomentar la fijación de carbono? Evidentemente, no. Analizando en términos de externalidades, y asignando precio a la tonelada de CO2 y el metro cúbico de agua, es evidente que no salen los números de ninguna manera.¿Quiere esto decir que los bosques no juegan ningún papel en relación al cambio climático? En absoluto. La no existencia de los bosques representaría la emisión de un stock almacenado de CO2 muy significativo -550 gigatoneladas a escala planetaria- que agravaría el problema. En definitiva, los bosques no son la solución, pero su pérdida constituye parte del problema. Es en este marco donde se inscriben iniciativas como el REDD+, vinculadas a proyectos de reducción de emisiones de gases efecto invernadero producto de la deforestación y la degradación ambiental.En todo caso, las funciones productivas y socio-ambientales de los bosques trascienden con mucho su contribución a la mitigación del cambio climático. No necesitamos de este argumento para reconocer y valorar su importancia.La era post-Kioto que debe empezar a emerger después de la cumbre de Copenhague -capital, por cierto, de un país sin apenas bosques- haría bien en evitar seguir fomentando la (re)forestación como medida compensatoria de emisiones de GEI y, por el contrario, debería centrarse en evitar la deforestación y, evidentemente, las emisiones.

LOS OCEANOS SE MUEREN

La sobrepesca, la erosión, la contaminación, el cambio climático o el aumento de especies invasoras son algunas de sus principales amenazas. Algunos expertos aseguran que, de seguir así, la disminución de la vida en el mar podría ser drástica en los próximos años. Los consumidores pueden actuar en varios aspectos para cambiar esta tendencia y conservar la riqueza oceánica.

El 80% de las zonas pesqueras del mundo están sobreexplotadas o en proceso de recuperación, según la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). La amenaza de extinción se cierne sobre algunas de las especies más apreciadas. La anchoa o el atún rojo podrían tener los días contados. Grandes depredadores, como los tiburones, son presa de la pesca de descarte, que sólo busca sus aletas y arroja al mar el resto del animal muerto. La utilización de sistemas de pesca muy intensivos pone en riesgo la sostenibilidad futura de las capturas comerciales. La pesca accidental de especies que caen en las redes es otro problema que presiona a la población de delfines o tortugas. La pesca pirata daña a los ecosistemas marinos y causa millones de pérdidas a los pescadores legales.Los consumidores pueden contribuir a luchar contra estas amenazas con sus decisiones de compra y sus hábitos de consumo. Se pueden elegir los ejemplares cazados con artes sostenibles -las etiquetas que indiquen su procedencia son de gran ayuda- y evitar las especies en mayor peligro -o sustituirlas por especies similares menos esquilmadas-.Pero la sobrepesca no es la única amenaza para los mares. La contaminación por diversas fuentes se traduce en aguas más sucias y una pérdida de la biodiversidad. Las mareas negras de los grandes buques petroleros son responsables del 12% del petróleo que llega a las aguas. El 88% restante se genera de forma silenciosa, en vertidos menores por labores de limpieza o por la recarga de combustible en alta mar, sistema conocido como "bunkering". La extracción de petróleo en alta mar, ante la creciente escasez de este combustible, podría aumentar en los próximos años. Las consecuencias ecológicas serían muy negativas. Los consumidores pueden reducir el uso de la energía, que proviene en su gran mayoría de los combustibles fósiles. Hay muchas formas de hacerlo: viajar en transporte público, ir a pie o en bicicleta, utilizar electrodomésticos eficientes, bombillas de bajo consumo, evitar los "vampiros eléctricos", etc. Otra opción es apostar por las energías renovables, con un menor impacto ambiental.La polución marina puede originarse con el vertido de diversos productos y sustancias. Metales pesados como el mercurio se biomagnifican en el recorrido de la cadena alimenticia y pueden causar serios trastornos en el medio ambiente y la salud. El uso excesivo de fertilizantes afecta a los océanos y altera su composición. El vertido incontrolado de millones de toneladas de residuos, en especial plásticos, provoca graves daños. En algunas zonas oceánicas se han detectado acumulaciones de estos residuos que flotan como auténticos basureros marinos.La emisión de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, provoca el cambio climático y efectos negativos concretos como la acidificación de las aguas. Los científicos empiezan a comprobar el impacto sobre el medio marino de estos agentes contaminantes. La destrucción de los corales o el aumento de zonas muertas en los océanos son algunos efectos preocupantes. El creciente tráfico marítimo impacta en los ecosistemas, afecta a las rutas de especies migratorias o provoca el aumento de las especies invasoras marinas. Algunos científicos destacan el riesgo de que la vida en el mar se reduzca a algas, medusas y organismos similares. La práctica de las tres erres (reducir, reutilizar y reciclar) por parte de los consumidores reducirá los residuos en los mares. El consumo de productos ecológicos o que utilicen menos fertilizantes limitará su impacto. La sustitución de las bolsas de plástico por otras biodegradables o reutilizables es otra medida efectiva. Los consumidores que vivan en zonas costeras pueden ser parte activa de la conservación y protección de los ecosistemas marinos. La colaboración con las ONG conservacionistas ayudará a sus responsables a emprender mayores acciones.La concienciación es otra manera de conservar los recursos naturales oceánicos. Los consumidores pueden interiorizar hábitos de vida sostenibles. El respeto de los seres vivos, el cuidado de las especies en peligro es responsabilidad de todos. El turismo sostenible en espacios costeros o marinos es otra opción que aúna diversión, ocio y respeto a la naturaleza.Presionar a los responsables institucionales para que aprueben y hagan efectivas leyes concretas de conservación de los recursos marinos es otra opción. A pesar de su enorme riqueza biológica y económica, sólo el 0,5% de los océanos del mundo cuenta con alguna figura de protección. Las reservas marinas de pesca podrían ser una de las posibles medidas para combatir la crítica situación de los caladeros. En EE.UU., el Gobierno prepara la "Ocean Protection Plan", una ley que, entre otras cuestiones, se ocupará de la planificación del espacio marítimo para evitar la "masificación del océano".