jueves, 19 de noviembre de 2009

EL CAMBIO CLIMATICO Y LOS BOSQUES

El cambio climático y los bosques: ¿una verdad incómoda?
Los bosques se presentan habitualmente como sumideros naturales de CO2 y, en consecuencia, como mitigadores del efecto invernadero. A las puertas de la cumbre de Copenhague las evidencias científicas aconsejan revisar algunos tópicos.

Los problemas globales requieren enfoques multiescalares (a escala local y global), pero en ningún caso aproximaciones reduccionistas basadas en medias verdades. El pasado 5 de noviembre -la misma semana en que se celebraba en Barcelona el encuentro preparatorio para la Cumbre sobre cambio climático de Copenhague- Carles Gracia, investigador del CREAF y profesor de ecología de la UB, hacía una lúcida conferencia en el marco de unas jornadas sobre el cambio climático y energía que se están celebrando en la Pedrera desde el mes de octubre.De acuerdo con los datos aportados por el profesor Gracia, los balances netos de captación de carbono por parte de los ecosistemas terrestres a escala planetaria son ciertamente escasos (unas tres gigatoneladas anuales), especialmente si se comparan con las 110 gigatoneladas que absorbe la vegetación, en particular los bosques, durante el mismo período. Esta absorción de CO2 por parte de los bosques es lo que ha comportado que hayan sido considerados tradicionalmente sumideros de carbono obviando, sin embargo, los procesos respiratorios inherentes a la propia fisiología de la vegetación y a la descomposición de la materia orgánica del suelo. Asumiendo este ciclo completo, se constatan algunas aparentes paradojas como que los bosques mediterráneos y la selva amazónica tienen unos balances de carbono similares (aunque con intensidades de fijación y respiración mucho más altas en las zonas tropicales, obviamente) y que sólo los bosques boreales, la típica taiga de coníferas, presentan un balance de fijación neta más significativo (las bajas temperaturas reducen la descomposición de materia orgánica).Más aún, en escenarios futuros, a partir del 2050, los bosques pueden convertirse en emisores netos de CO2, dado que el incremento de temperaturas y de períodos vegetativos conllevaría un incremento de la respiración de las plantas y el suelo con lo que los balances netos de carbono con la atmósfera se invertirían.A escala mediterránea (y catalana) las limitaciones hídricas de los ecosistemas terrestres son parámetros clave que añaden complejidad a la ecuación bosques y cambio climático y que no contribuyen, precisamente, a reforzar su rol como captadores netos de carbono. El importante consumo de agua que conlleva la fijación de carbono es un lujo en el mundo mediterráneo (500 gramos de agua por cada gramo de carbono fijado, según los datos del profesor Gracia) si tenemos en cuenta la elevada evapotranspiración de estos ambientes y la previsible reducción de la disponibilidad del recurso, justamente como consecuencia de los efectos del cambio climático. Así pues, si no hay disponibilidad de agua, tampoco habrá fijación de carbono. ¿Debemos suministrar recursos hídricos extras a los ecosistemas para fomentar la fijación de carbono? Evidentemente, no. Analizando en términos de externalidades, y asignando precio a la tonelada de CO2 y el metro cúbico de agua, es evidente que no salen los números de ninguna manera.¿Quiere esto decir que los bosques no juegan ningún papel en relación al cambio climático? En absoluto. La no existencia de los bosques representaría la emisión de un stock almacenado de CO2 muy significativo -550 gigatoneladas a escala planetaria- que agravaría el problema. En definitiva, los bosques no son la solución, pero su pérdida constituye parte del problema. Es en este marco donde se inscriben iniciativas como el REDD+, vinculadas a proyectos de reducción de emisiones de gases efecto invernadero producto de la deforestación y la degradación ambiental.En todo caso, las funciones productivas y socio-ambientales de los bosques trascienden con mucho su contribución a la mitigación del cambio climático. No necesitamos de este argumento para reconocer y valorar su importancia.La era post-Kioto que debe empezar a emerger después de la cumbre de Copenhague -capital, por cierto, de un país sin apenas bosques- haría bien en evitar seguir fomentando la (re)forestación como medida compensatoria de emisiones de GEI y, por el contrario, debería centrarse en evitar la deforestación y, evidentemente, las emisiones.

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